El sueño del Altiplano boliviano: que un grano andino pueda combatir el éxodo rural

En el altiplano boliviano, a 3.800 metros de altura, vivir de la producción agrícola se vuelve cada vez más difícil. “Hace unos años, un compañero mío, me dijo: ‘Si este año, la cosecha no da, tendré que irme a la ciudad a buscar trabajo”, cuenta Nico Mamani, productor y agrónomo del municipio de Ayo Ayo. En esta región, el clima siempre fue seco, pero estos últimos años las sequías se volvieron más frecuentes, el segundo lago más grande del país -el Poopó- se secó, y la seguridad alimentaria ya está en riesgo. A sus 31 años, Mamani es uno de los pocos jóvenes que decidió quedarse en el campo como productor: “Muchos no ven futuro acá, y prefieren irse a la ciudad o incluso a otro país”.
En Ayo Ayo, la mayoría de los productores siembra papa, haba, quinua, cebada, además de tener algunas cabezas de ganado. La mayoría de la producción queda para el autoconsumo y una parte se vende en mercados. Pero en 2019, Nico Mamani decidió plantar unas hectáreas de cañahua, un pseudocereal, como la quinoa o el amaranto. ¿Su ventaja? Crece más rápido que la quinoa (140 días contra 160) y es más resistente a las sequías, dos características muy útiles, ya que las lluvias son cada vez más tardías y escasas en la región.
Además, el grano es muy nutritivo, por su alta tasa de proteínas, fibras, hierro y fósforo. “Mi idea era que, con un cultivo más resistente, la cosecha sea buena cada año y que nuestros hijos no tengan que migrar”, detalla el productor. La planta, que alcanza unos 15 centímetros de altura, puede tener un color verde, amarillo o morado, dependiendo de la variedad, y se cosecha de finales de abril a mediados de mayo.
“Antes nadie tenía interés en la cañahua”
Seis años después, Nico Mamani es el presidente de la asociación de productores de cañahua de Ayo Ayo, que reúne a 22 productores. “Cada año, tenemos dos, tres o cuatro personas que vienen a vernos para empezar a producir cañahua y sumarse a la asociación”, explica. A diferencia de sus otros cultivos, los miembros del colectivo venden la gran mayoría de su producción de cañahua. Como la cosecha del grano andino falla muy pocas veces, eso les asegura unos ingresos estables cada año.
Tal como la quinua, este grano se cultiva en los Andes desde hace cientos de años. Pero a partir de los años 50, su producción fue bajando. “La gente comenzó a emigrar a la ciudad y no se transmitían los conocimientos y los beneficios de cañahua a los más jóvenes”, analiza Trigidia Jiménez, presidenta de la red nacional de cañahua de Bolivia. Además, no había un mercado importante para la venta. “Más antes, nadie tenía interés en la cañahua”, resume Justina Layme Quispe, miembro de la asociación de productores de Ayo Ayo. La cañahua no desapareció, pero las superficies sembradas eran muy limitadas y destinadas al autoconsumo, mayoritariamente bajo la forma de pito, una harina precocida.
Tras dedicar años a rehabilitar el cultivo y promocionar su consumo, Trigidia Jimenez consiguió recuperar poco a poco el grano andino. “Trigidia nos ayudó mucho cuando empezamos”, cuenta Nico Mamani, mientras se dirige a una parcela en su pequeño camión. “Compraba nuestra producción a un precio superior al del mercado”. Gracias a la Red Nacional de Cañahua, los productores recibieron semilla certificada —de mayor calidad— y herramientas, y colaboran regularmente con programas de investigación agronómica liderados por el Instituto nacional de innovación agropecuaria y forestal con los que buscan mejorar los procesos.
Mejor los rendimientos y conquistar el mercado urbano
Pero, ¿consiguió la cañahua frenar el éxodo rural? “Creo que todavía falta un poco para decir que sí”, responde Mamani. En primer lugar, los precios de la cañahua son mucho más estables que los de la quinoa (que puede valer dos veces menos, pero hasta tres veces más), pero todavía se mantienen bajos, alrededor de 1,4 dólares el kilo.
Para enfrentar ese problema, los productores piensan vender productos transformados, como pan de cañahua. Trigidia Jiménez Franco, por ejemplo, está probando con premezclas para panqueques o barras energéticas de cañahua para conquistar el mercado urbano. Entre otros logros, la productora ha conseguido incluir productos a base de este grano en el subsidio para mujeres embarazadas y en lactancia que distribuye el Estado boliviano.
Por otra parte, en Ayo Ayo, los rendimientos por hectárea siguen siendo bajos. “Tenemos mucho que mejorar”, reconoce Wilmer Quispe Calle, de 43 años y vicepresidente de la asociación de Ayo Ayo. Eso, explica, “permitiría mejorar las ganancias de cada productor y creo que sería un argumento para convencer a nuevos productores”.
Todavía son pocos los jóvenes que se han atrevido a quedarse para cultivar cañahua. Muchos de los productores son mayores, como las hermanas Justina y Eugenia Clotilde Layme Quispe, de 72 y 74 años, respectivamente. “Nuestros hijos trabajan en talleres de ropa en Argentina”, cuentan. “Hay esa creencia que uno tendrá una vida mejor si se va a la ciudad o al extranjero, pero muchas veces las condiciones son peores, con mucho trabajo y pocas horas para descansar”, completa Nico Mamani.
A pesar de eso, no pierde la esperanza. “Es un reto. Conseguir que este cultivo resistente también sea fuente de buenos ingresos y que, en unos años, los hijos hereden las tierras de sus padres con la certeza que este producto sí funciona”, sostiene. Para Trigidia Jiménez, hay que seguir promocionando las ventajas del grano andino, sobre todo en las ciudades. “Siempre he defendido la idea que todo el mundo gana con este cultivo: los consumidores, porque es más nutritivo que la mayoría de los cereales, y los productores, por esa resistencia al cambio climático”.
FUENTE: AMERICA FUTURA